https://labaneza.net/art/9498/crispin-dolot-propone-en-su-pregon-que-el-documento-fundacional-del-primer-albergue-jacobeo-se-exhiba-en-la-baneza

Buenas tardes a todas las bañezanas y todos los bañezanos.

Hoy, cinco de agosto del corriente año, se da la feliz circunstancia de que me han convocado

para dar el pregón de esta fiesta medieval, alegre y popular, que ya esta cerca, si no me

equivoco, de su treinta aniversario.

Muchos de los que erais niños en aquella época de la que voy a hablaros ahora, sois hoy

padres y madres, y así, la tradición se perpetúa como un verdadero rito de paso.

Hasta que José Antonio, el cetrero —quien este año tiene el gusto y el placer de organizar el

mercado medieval— me propuso ser pregonero, yo ya había pasado por varias etapas en esta

celebración tan nuestra.

Había participado como juglar, artista e incluso director, al frente de los compañeros del

Taller de Teatro de Astorga, impartido por la actriz urugualla René Judit. que fue pergonera

en 2004. Con ellos estrené, la mañana del sábado, para todo el público, que abarrotaban la

plaza, la historia de Abamor y Cendina y la cesión del Monasterio del Salvador al obispo San

Genadio en el siglo X.

Es en ese momento cuando surge el Monasterio del Salvador, que evidencia la más que

notable relación existente entre la actual Bañeza y la Edad Media, en este caso, a través de su

tradición jacobea.

¿Cuál era mi intención con aquella obra que escribí para ese mercado medieval?

Uno, legitimar la feria, poniendo de relieve el poderoso pasado altomedieval de La Bañeza; y

dos, divulgarlo.

Ahora ya sabéis que el primer albergue de peregrinos del Camino de Santiago fue el nuestro.

Os voy a hacer un resumen a vuelapluma:

El hecho está recogido en el documento de fundación del monasterio, fechado el 29 de abril

del año 932 —apenas cien años después del descubrimiento del sepulcro del Apóstol— y ha

sido traducido por el historiador Augusto Quintana Prieto en su obra El obispado de Astorga

en los siglos IX y X (1968).

Así, Abamor y su esposa Cendina ceden al obispo:

«El Monasterio que llaman de San Salvador de La Bañeza, con todos sus utensilios, y con

todas sus propiedades, cuanto yo tuve allí y cuanto pueda adquirir en el futuro, y aplicarlo por

el remedio de mi alma, y a favor de los monjes y pobres, para que en este mundo sirva de

hospedaje propicio a los peregrinos, a las viudas, a los huérfanos, a los clérigos y a los laicos

que deseen servir a Dios».

Nacería así el que, para muchos estudiosos, es el primer albergue de peregrinos a

Compostela, cuya existencia demuestra la importancia del Camino ya en el siglo X y su paso

por La Bañeza. Sin embargo, el monasterio sería destruido por Almanzor en el año 997 y

reconstruido a principios del siglo XI, siendo ofrecido de nuevo al episcopado.

En esa ficción teatral escrita hace más de 20 años —hoy perdida— recuerdo que

caracterizaba a Abamor y a su mujer Cendina no como mozárabes, es decir, como cristianos

nacidos y criados en tierras hispanoárabes, sino como moros conversos que, para protegerse

de las malas lenguas, hacen la donación al clero del monasterio y primer albergue jacobeo

apenas cien años después de abierta el Arca Marmórea.

Aquello me permitía darle dramatismo a tan importante hecho. Y así justificaba que La

Bañeza tenía un importante pasado medieval.

Alguna vez he hablado con mi primo político Rubén Solopiedra —disculpad la publicidad—

sobre lo maravilloso que sería poder ver expuesto en nuestra ciudad el documento original de

la cesión del monasterio el cual, si no está en algún museo del extranjero, tal vez duerma el

sueño de los justos en el Archivo Episcopal de Astorga.

Ahora que me encuentro en un acto público, quiero proponer, como bañezano orgulloso de

nuestra historia y de nuestro patrimonio, la exposición en La Bañeza del manuscrito original

que documenta la cesión del que fue el primer refugio de los “concheros”. Dejo caer este

guante ante el Ayuntamiento: traigámoslo, aunque sea temporalmente. En 2032 se cumplen

1100 años de la donación y es el momento de iniciar las gestiones. Que las generaciones que

hoy disfrutan nuestro mercado medieval conozcan la semilla que plantaron aquí sus

antepasados.

Como os contaba antes de esta digresión, esa fue la vez que debuté como juglar, trovador,

director y autor teatral, todo en uno, en el mercado medieval del año 2004. Que organicé en

colaboración con el municipio en nuestra emblemática plaza mayor, donde está hoy. El año

anterior, la edición del 2003, lo habíamos puesto en la calle del hoy tristemente desaparecido

Cine Salamanca, en cuyas escalinatas se representó teatro de sombras chinescas por la

compañía astorgana Hoja de Roble. Algo único en La Bañeza, que yo conozca, hasta el

momento.

El mercado del 2003 funcionó muy bien y gustó. Por eso, al año siguiente se trasladó a la

Plaza. Y, ¿sabéis lo mejor de todo?: las quejas de algunos vecinos pusieron sobre aviso del

mal estado del pavimento de la calle Fray Diego Alonso. Después de aquella feria medieval,

el Ayuntamiento arregló la calle y la dejó hecha un pincel.

Estoy muy orgulloso de aquello.

Cuando traje las ferias medievales a mi ciudad, lo hice con todo mi corazón, reuniendo a los

mejores vendedores y artistas del sector: los genuinos, los de la primera época, los que

sentaron las bases para que hoy, más de veinte años después, sigáis celebrando esta fiesta en

vuestra localidad.

No quiero olvidar al cetrero José Antonio, quien este año ha traído este gran mercado.

Comenzó conmigo, y aquí fue uno de los primeros lugares donde hizo volar las águilas y a

aquel buitre llamado Leo, al que todos queríamos y que apareció en la contraportada de mi

segundo CD: Crispín Dolot y los Medievales.

En aquellos tiempos, hablo del 2004, se batían récords de ventas. Recuerdo que la Sidrería

Asturiana vendió toda la sidra antes del domingo, y la noche del sábado apareció un camión

gigantesco hasta los topes de cajas de sidra… que también se vendieron el domingo.

Eran otros tiempos, que hay que recordar sin nostalgia, pero con la conciencia de que el

presente es lo que vivimos, y el presente nos devuelve cada año el mercado medieval para

gozar ampliamente.

He dicho que he sido en este mercado trovador y juglar, actor, director y dramaturgo,

organizador… Pero hay otra cosa, más sutil y más discreta, aunque no menos importante. Y

por eso la he reservado para el final:

En La Bañeza vi el primer mercado medieval de mi vida, y fue antes de conocer y trabajar

con las empresas pioneras, aquellas que pusieron en marcha los mercados medievales en

España a raíz del gran Año Jacobeo de 1992.

¿Os acordáis del “Pelegrín” y de su impulsor, el político Manuel Fraga Iribarne? Ahí

comenzó todo. En el 92 se organizaron los primeros mercados medievales en diversas

ciudades del Camino.

Y, además, si la memoria no me falla, aquel fue el primer mercado de estas características en

mi ciudad.

Corrían fines de los años 90. Se ubicó en la Plaza de los Cacharros —Obispo Alcolea, como

se la llama ahora—. Se celebró durante las fiestas de la Patrona, como ha sido tradición hasta

hace poco.

A esa plaza le tenía yo un cariño muy especial por sentarme en sus bancos al anochecer con

algún amigo —como los que estoy viendo ahora aquí— y conversar junto a unas vetustas y

exiguas acacias que fueron arrancadas para adecentar la plaza el día de la visita de la infanta

Cristina. La misma a la que alguien —creo que de Huerga— le arrojó una zapatilla, lo que

provocó no poco escándalo aunque se adelantaba 20 años a las controversias del caso Nóos.

¡Cómo pasa el tiempo!

Por aquel entonces no tenía ni la más remota idea de que iba a dedicarme a la juglaría

medieval, pero como iba contando, en aquellas fiestas de La Asunción y San Roque andaba

yo por La Bañeza y me topé de manos y boca con aquel primerizo mercado medieval de mi

ciudad… y de mi historia.

Porque los que hemos nacido en La Bañeza hemos vivido y sentido aquí maravillosos

descubrimientos.

Recuerdo los puestos que rodeaban la plaza, ya remodelada y con el templete en el centro-

fondo. Recuerdo los olores, las voces, los vapores que salían de la taberna donde la gente

bebía, los inciensos encendidos, las velas artesanas, los perfumes, la ingeniosa artesanía...

No sabía que, en el futuro, iba a hacerme amigo de aquellos artesanos y vendedores que más

adelante me llamarían, como hacéis hoy vosotros, no por mi nombre de pila, sino por mi

nombre de artista: Crispín.

Quiero romper una lanza en favor de todos esos vendedores que hoy están en su puesto —y

en sus puestos— en el medieval de esta pequeña Mesopotamia leonesa.

Si no has sido uno de ellos o no has convivido con ellos, no sabes lo duro que es su oficio:

esa trashumancia del comercio, buscando el salario en el ocio de las muchedumbres.

Kilómetros y kilómetros de viaje, peajes, estaciones de servicio, noches sin dormir... Luego

horas de montaje, expuestos a las veleidades del clima, con sus Danas y sus ciclogénesis

explosivas, que pueden mandar al garete todas tus ilusiones, tus productos y tu estabilidad.

Estar detrás del mostrador durante largas jornadas, al albur del capricho del público y de su

poder adquisitivo. Súmale la crisis del comercio —no solo el itinerante, sino en general—, las

visitas del inspector de trabajo, el de sanidad… etcétera, etcétera, etcétera.

Os digo esto porque tengo la oportunidad de que me escuchéis —pues pregonero soy— y os

pido que recapacitéis sobre ello y seáis generosos con estas personas que hoy son la sal de

esta fiesta y como bañezanas y bañezanos de pro, les abráis no solo vuestro corazón, sino

también vuestra billetera.

Rota esta lanza, prosigo. ¿Por dónde iba…?

¡Ah, sí! El primer medieval de La Bañeza. Mi primer medieval. Me impresionó tanto que fui

tres veces y las tres veces fui solo. En aquellos años estaba yo estudiando y trabajando en

Madrid, y había perdido un poco la relación con esa piña de buenos amigos que tengo. No

obstante, aquella primera visita supuso el descubrimiento.

Vi por primera vez una compañía de teatro de calle, que entonces no estaba de moda, y,

amigas y amigos, ¡aluciné en colores!

Esta troupe se disolvió hace muchos años pero, curiosamente, me preguntaron por ella hace

poco los coordinadores del Festival de Teatro Medieval de Hita —el más antiguo de España

—. Ya sabéis, el pueblo del Arcipreste y del Libro de Buen Amor.

Pues de pronto les había venido a la cabeza esa compañía y de lo que alegraban aquellas

fiestas en el pueblo alcarreño.

— ¿Y cómo se llamaba? —me preguntaron.

Se llamaba Gusarapo.

Cuando los vi por vez primera estaban escenificando una parodia taurina, la mar de salada,

acompañados de sus músicos juglares—a los que volveré en un momento—.

Hacía de matador un chaval muy guapete, un par de chicas de manolas, otro empujaba un

toro sobre una rueda, y en fin, todo el grupo me encandiló.

Luego apareció un mago que te hacía magia ahí mismo, sin truco aparente, y me dejó

ojiplático y boquiabierto, pues yo, hasta entonces, solo había visto a los actores y a los magos

en el escenario del Pérez Alonso —para los más jóvenes: el teatro municipal de La Bañeza—.

Tal vez exagere un poco, pero creedme, en esencia eso era. ¡Y es que esa esencia de tener el

teatro en la calle, en familia, como vais a tener estos tres días, no tiene precio!

Eso fue el sábado por la mañana. Volví a primera hora de la tarde, como sintiendo que algo se

me había perdido allí.

Y ahora es cuando retomo a los músicos.

Recuerdo la hora exacta a la que fui: las cinco de la tarde. Y diréis: !qué memorión¡ No, lo

recuerdo porque los músicos —una pareja, con traza de matrimonio, y su hijo, un renacuajo

— se subieron al templete de la plaza, y comenzaron a gritar denodadamente:

—¡Son las cinco de la tarde, hora solar!

Y así varias veces, como en el poema Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías de

Lorca. Y no sé por qué pero te daba la risa.

Él tocaba la dulzaina, ella la caja, y el chavalín el bombo.

Luego me dijeron que aquel niño, con los años, había participado también en Tú sí que vales.

Lo que es la vida. Y yo estaba allí, admirado y absorto.

Ahora me toca romper otra lanza, esta vez por los juglares de la feria: actores, músicos,

cetreros, todos.

Sé porque lo he vivido en mis propias carnes lo que es hacer cientos y cientos de kilómetros,

pasar el día entero en la calle, no tener camerino, no cobrar a tiempo —o no cobrar—, vivir la

vida de feria en feria, dando lo mejor de ti a los vecinos de cada localidad por un pequeño

cachet.

La ilusión, el sudor y las ganas; los amoríos, los disgustos, la camaradería, tantas y tantas

vicisitudes que bien se podría escribir una novela de caballerías con ellas.

Y luego, esos compañeros que se han dejado la vida en la carretera, como en el tristemente

célebre accidente del grupo vallisoletano Teatro del Azar, allá por 2005, en el que fallecieron

al menos dos miembros de la compañía cuando iban a actuar a un mercado, ellos, que fueron

iniciadores de las justas de Hospital de Órbigo, dirigidos por Carlos Tapia…

En fin, sed cabales y disfrutad el fruto del trabajo, el talento y el sacrificio de estos artistas,

que bien podrían estar tocando al lado de Carlos Núñez o de Ara Malikian.

Vuelvo a la plaza «Los Cacharros», y a aquel primer mercado medieval bañezano. Pienso: ¡lo

que es la vida! Yo, allí mirando, sintiendo… admirado y absorto, ajeno a lo que el futuro me

tenía deparado.

Vamos ya con la última visita que hice al mercado, que fue ya por la tarde-noche, y como

para decirle adiós antes de volver a los madriles.

¿Dónde pensáis que acabé? En la caseta de la que echaba la buena ventura.

Ahora que lo pienso, muy desazonado tenía que estar yo por aquel entonces, como buscando

mi camino en el laberinto de la vida, para que me viera una pitonisa-cartomante.

Sea como fuere, allí estaba yo delante de la tirada de cartas y de su médium.

¿Y qué pensáis que pasó? Acertó, sus predicciones fueron correctas.

De alguna manera, entrevió en los palos y figuras de la baraja mi sino:

«Te espera un brillante futuro en las artes escénicas. Cumplirás tus sueños de músico y actor,

esos sueños que persigues sin saberlo desde que hacías teatro bajo la dirección del abnegado

y estricto don Amable. Verás tu nombre en letras luminosas y tu cara en los carteles de teatro,

serás el pregonero de la fiesta medieval de tu pueblo».

Creo que estoy exagerando un poco… Eso de don Amable no lo dijo.

Pero aquí estoy, dando el pregón y haciendo retrospectiva, y sí: creo que la echadora de cartas

acertó.

No recuerdo exactamente cuánto tiempo pasó, pero algún tiempo después, vuestro Crispín

andaba ya por Olot, y se iba convirtiendo en juglar, pateando, con su gorra emplumada, su

jubón y su guitarra, las calles de Barcelona.

Había olvidado el mercado medieval de La Bañeza, y si alguien me pregunta si este tuvo algo

que ver en mi decisión de convertirme en juglar, le diré que ¡no!

Creo que lo que me influyó hay que buscarlo en la infancia y fue algo más simple y más

profundo: un juguete, el Exin Castillos.

Podría aducir el romancero, que cantaban mis tías Lucía y Sofía —que en paz descansen—, y

mi propio padre… o incluso las visitas al castillo de Villanueva de Jamuz o de Alija.

Pero no. Si vuelvo la vista atrás, encuentro que mis dos grandes aficiones están unidas a dos

juguetes de mi infancia: el Exin Castillos y el Cine Exin. Los que hemos jugado con ellos

sabemos que no hay nada mejor que la Edad Media… y el cine. Gracias, papá. Gracias,

mamá por aquellos regalos maravillosos.

Creo que quería contaros cómo llegué yo a los mercados medievales.

Un día, trovando para turistas en el parque Güell, alguien me hizo por primera vez una

pregunta que desde entonces vuelve a mí endémicamente, como un boomerang:

—¿No haces mercados medievales?

Hoy, cuando me lo preguntan, doy una respuesta estándar:

—Sí, alguna vez... Es algo que me gusta… La calle, ahí empezó todo…

Pero cuando por primera vez escuché aquella pregunta, brilló como un relámpago en mi

memoria algo que había quedado aletargado: la magia del mercado medieval de La Bañeza.

Estaba ya tan inmerso en mi mester de juglaría y en ser juglar que supe, en lo más hondo, que

si iba a un mercado como artista itinerante, nada me podría detener, que podría ser parte de

aquellas novedosas festividades que aunaban teatro, música y artesanía por doquier.

Y así fue.

El primero al que fui fue un pequeño pueblo de Girona que se llama Esponellà.

Yo, por aquel entonces, no tenía coche; viajaba en autobús, comía bocatas y dormía donde

podía. Esponellà es un pueblo muy pequeñito, de unas 400 almas, que no da ni para un

mercadillo del sábado. Pero allí estaba aquel glamuroso mercado con artistas increíbles y

artesanos maravillosos. ¿Sabéis por qué? Porque la organizadora, la mujer que introdujo en

España las ferias medievales en el 92, era natural de ese pueblo.

Y por ser su pueblo, quiso llevar allí la mejor feria medieval del mundo mundial, más o

menos como yo cuando hice la del mío, como os vengo contando.

El caso es que en Esponellà había muy poquita gente. Sólo conseguí algunas donaciones en

mi gorra el domingo, a la salida de misa. Dormí bajo techo, sí, en un albergue habilitado para

la gente de la feria en el que, curiosamente, solo estábamos tres personas. Una de ellas era

Santi, el de la caravana de burros, que ya pasó a mejor vida. Hice muchos simpatizantes.

Y la organizadora —Laura, de la empresa Estampida Medieval; me conoció y quedó

asombrada de mi identificación con la Edad Media.

Porque, por si no lo sabíais, yo fui el primero —y quizás el único— en hablar de “vos” en las

ferias. Y los artesanos y artistas me respondían de “vos”. Todavía hoy, algunas amistades,

sobre todo en Cataluña, lo hacen cuando nos vemos.

Después de ese primer mercado llegó uno de envergadura, que todavía se celebra: el de

Manresa, que ahora llaman la Fiesta de la Luz.

Allí, definitivamente, me gané la voluntad de la antedicha Laura. Fui uno más en los desfiles

y pasacalles, y empezaron a contratarme.

Luego vino el mercado de Vic, uno de los mejores de España. Ese fin de semana, sólo

pasando la gorra, os lo voy a decir claro: saqué 70.000 pesetas.

El resto ya lo sabéis:

Crónicas Marcianas con Javier Sardà, Tú sí que vales, las giras por Colombia y EE. UU., y

finalmente, lo más bonito para mí: pregonero del mercado medieval de La Bañeza.

Si me llega a decir todo esto la pitonisa aquel día que me echó las cartas, me da un infarto.

En resumen, he sido visitante, he sido artista, he sido director de teatro, he sido organizador y

hoy he sido pregonero con todos los honores del mercado medieval de La Bañeza.

Quiero dar las gracias al Excelentísimo Ayuntamiento y a Carmen Macho, la concejala de

fiestas, que con la colaboración de Las Águilas de Valporquero, han organizado este mercado

medieval que cuenta con la participación de más de 60 expositores, muchos de ellos locales.

Vean, huelan, toquen, escuchen y saboreen este maravilloso acontecimiento.

¡Viva La Bañeza y los bañezanos!

¡Viva el mercado medieval!

¡Viva lo único!


Ayer por la tarde, el artista local y bañezano del año 2019, Crispín d'Olot transformó su pregón inaugural del Mercado Medieval en un emotivo alegato histórico. Ante el público congregado en la plaza Mayor, el propuso la exposición pública en La Bañeza del documento original del año 932 que acredita la creación del primer albergue de peregrinos del Camino de Santiago en dicha localidad leonesa.

El pergamino registra la cesión del Monasterio de San Salvador por los nobles leoneses Abamor y Cendina al obispo San Genadio y se especifica el destino del enclave como "hospedaje propicio a peregrinos, viudas, huérfanos y clérigos", lo que lo convierte en el testimonio escrito más antiguo de la hospitalidad jacobea.

"¿Dónde se encuentra este documento? ¿Duerme el sueño de los justos en el Archivo Episcopal de Astorga o en algún museo del extranjero?", declaró el artista local. "Dejo caer este guante ante el Ayuntamiento: traigámoslo a La Bañeza aunque sea temporalmente. En 2032 se cumplen 1100 años de la donación y es el momento de iniciar las gestiones. Que las generaciones que hoy disfrutan nuestro mercado medieval conozcan la semilla que plantaron aquí sus antepasados."

El pregonero, premiado con anterioridad por su labor de divulgación de La Bañeza, recordó como en 2004 ya había dramatizado y dirigido esta cesión con el Taller de Teatro de Astorga, subrayando cómo el documento prueba que La Bañeza fue "un enclave esencial del Camino cuando apenas se cumplía un siglo del hallazgo del sepulcro del Apóstol".

El pregón, en el que repasó su biografía artística a través de su relación con La Bañeza, también fue un homenaje a los artesanos y artistas que hacen posible el mercado, destacando las dificultades y sacrificios que enfrentan. "Estos hombres y mujeres son la esencia de nuestra fiesta, y merecen nuestro respeto y apoyo", declaró el pregonero, pidiendo a los asistentes que fueran generosos con los vendedores y artistas. "Su dedicación y talento son lo que hace que este evento sea tan especial", añadió.

La proclama concluyó con un llamado a la acción, instando a los ciudadanos a disfrutar plenamente de la fiesta. "Vean, huelan, toquen, escuchen y saboreen este maravilloso acontecimiento", finalizando con un entusiasta "¡Viva La Bañeza y los bañezanos! ¡Viva el mercado medieval! ¡Viva lo único!".

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