Panegírico de Montse Arribas
Un buen día apareció. Él dice que no hace tantos años... A mí me parece que Crispín ha estado en mi vida desde entonces. Y si no ha sido así, poco le falta. En la vida de todas las mujeres que conozco, debería existir algún hermoso loco, adorador de Venus. Alguien que ame la música, la libertad del hombre sin camisa, el vino recio y el aguardiente puro, las antiguas tonadas y las nuevas. Un trovador con larga pluma azul en el sombrero. Un tañedor de laúd que salte, a medianoche, desde la estantería donde -tieso de risa- Tirant lo Blanc se muere de un catarro. Crispín es ese sabio de las calles, que se lleva a Ovidio oculto en la zamarra. Capaz de cualquier cosa por los ojos de un niño, por una historia rancia que ya nadie recuerda, por un arroz con liebre, por una luna amable de poesía y de brasas. Desde que apareció leyendo mi futuro en la derecha y acertando en la izquierda, el corazón, que todavía late, no me ha hecho más que volar a cada rato -profesión que comparte con tordos y cigüeñas-, recordar Gerineldos y hacer de las esquinas en la ciudad en que vivo, lugares donde anida aquel viejo Mester de Juglaría, que tiene en el d'Olot al seguidor más fiel del universo mundo.
Montserrat Arribas es periodista de El Mundo